Cavilante y quieta avanzaba la mañana.
Diluido en la niebla, un trino, sólo uno.
…quizás el último atardecer
había segado las otras voces…
El paisaje parecía distraído, surreal,
y el cielo -alfombra parda y deslavada-
olvidaba su propia existencia.
Un trino volvía a cincelar el silencio,
atacaba una batalla de fantasmas,
de arabescos de historias-sueños.
Hojas descosidas al viento y dispersas,
yacían sobre un valle de letras secas,
pero un trino escribía un nombre,
desafiante e infinito, como semilla al sol.
Retumbaba su trova entre piedras,
entre cáñamos, cortezas y bejucos
que -en otras lunas- abrigaran su corazón,
mas, hoy, dormían la quietud del bosque.
Esta mañana nada paría, nada,
sólo un trino que, con voz de hambre,
gritaba su nombre: Libertad.
Norma Duch Roveri